Entrevista
con un marido cornudo.
Un
amigo ha encontrado en internet una entrevista que ha considerado muy
interesante y me la ha enviado. A mí también me ha parecido interesante y este
escrito es parte de esa
entrevista. No estoy totalmente de acuerdo con algunas de las
cosas que se dicen, pero eso es normal. En una actividad como esta
cada uno tenemos nuestra opinión y nuestro punto de vista, pero es
muy importante conocer todas por lo que nos pueden aportar. Espero
que les guste.
Mi
entrevistado se hace llamar Pamplemousse (el apodo que utiliza en
páginas de contactos que le permiten buscar corneadores para su
mujer), tiene 46 años y vive en Barcelona. Es un hombre inteligente
que desprende pasión en cada palabra que pronuncia, con una mente
creativa y un tanto caótica. Y, dicho esto, disfrutad de la
entrevista.
Pregunta.-
He leído que un cornudo es el “esposo de una mujer adúltera”.
Hay quien prefiere el término anglosajón de cuckold y
he descubierto otra expresión que me resulta especialmente curiosa:
marido consentidor. En tu caso en concreto, ¿Cómo te definirías?
Respuesta.-
Esa definición que comentas es la definición tradicional, la del
diccionario, pero yo
no considero que mi mujer sea adúltera,
para nada. Para ser adúltera hay que engañar, y eso es,
precisamente, lo que no se hace en este caso.
En
terminología liberal,
cornudo es el que participa de la infidelidad -entre
comillas- de su mujer. De ahí lo de “marido consentidor”.
P.-
¿No te parece una expresión machista? “Consentir”, como si la
mujer no tuviera libertad…
R-.
Esa es buena… No es consentir… pero tiene parte de lógica que
sea así.
P-.
¿Sí? ¿Por qué?
R.-
Porque
es cosa de dos, ella no jugaría jamás sola sin que yo lo supiera.
Es más ¡Ella nunca ha jugado sola! No es que me tenga que pedir
permiso; es una experiencia que disfrutamos los dos, juntos, cada uno
a su manera.
P.-
¿Cómo
crees que te ven los demás?
R.-
Como
cornudo. Aunque a mí me gustaría que me consideraran más cornudo
de lo que me ven. Es decir, que es lo que dice la teoría de
Internet que hay que hacer. ¡Y fíjate que tengo ganas de que lo
hagan! Pero en la cama. En la calle estoy a satisfecho con la imagen
que tienen de mi.
P.-
Entonces, ¿consideras que ser cornudo es una forma de sumisión?
R.-
Totalmente. Lo que pasa es que luego no es así, no es tanto. En
nuestro caso lo llevamos al revés: soy yo quien organiza las citas.
Soy yo quien le digo a B lo que me gustaría encontrar en una cita y
lo que no, lo que hacemos después y lo que no. Cuando lo ha hecho
ella por propia iniciativa –siempre sabiendo que me iba a gustar-,
me ha sorprendido mucho y me ha puesto muchísimo más cachondo. Pero
en el 90% de los casos soy yo el que tira del carro. No me puedo
considerar sumiso. ¡Me encantaría! Pero no, porque ella tampoco
tiene un perfil dominante. Cada uno disfrutamos de esa sumisión a
nuestra manera. Imagínate la situación: B entregada por completo a
su amante; él a satisfacer a B, y yo completamente empalmado,
moviendo la colita como un perro, esperando mi momento. ¿Quién
somete a quién?
P.-
Como organizador de todo el cotarro, explícame un poco cómo es la
logística de vuestras citas: dónde buscas a los corneadores, en qué
lugar follan con tu mujer, en qué momento apareces tú –si es que
lo haces-…
R.-
Antes
de eso, lo que todos los corneadores me
preguntan siempre cuando conocen a B es: “Tú, con esta mujer que
tienes, ¿por qué la compartes?” Y a mí me encanta contestarles:
“yo la tengo todos los días. ¿Tú no compartirías algo así?”
Nuestra
logística se ha ido “perfeccionando” con el tiempo. Cuando no
conoces al chico de nada ni tienes referencias, contactas con él -o
ellos contactan conmigo- a través de alguna de las redes sociales, y
nos tomamos una cerveza o un café. Los chicos solos. En muchas
ocasiones, ella ni se entera. Me gusta «venderla» y que el chico
entienda bien nuestro juego… Me pone muy cachondo esa fase. Muy,
muy, muy cachondo. Si me gusta el chico, le enseño fotos de ella y
videos, de los que no están en las redes, para ponerle también muy
cachondo y que desee que llegue el día… Después toca vendérselo
a ella… Eso sí, ella siempre tiene la última palabra y marca los tiempos. Por mí estaríamos todo el día quedando, y si es con chicos diferentes, mejor que mejor.
Los
días previos son super excitantes, hablamos mucho del tema, estamos
todo el rato whatsapeándonos… y en muchas ocasiones hasta me deja
sin sexo, ¡para tener más ganas para el chico!
Hay
partes del proceso, como el momentos previo a salir de casa: el
momento del afeitado… Necesito hacerlo yo, necesito prepararla para
que esté impecable para el chico… Me vuelve loco afeitarle el coño
para que el chico se lo encuentre suavecito, escogerle la lencería y
la ropa que se va a poner. Necesito ser yo, es como si fuera mi
contribución. En más de una ocasión -unas cuantas- me he
presentado el día antes con un vestido nuevo o la lencería que
quería que luciese.
A
nivel de gustos sexuales: le digo a los corneadores lo que le gusta a
B. Me gusta venderla, en definitiva, me gusta empaquetarla lo máximo
posible para que ellos se embelesen y la quieran para ellos, porque
luego va a volver siempre conmigo.
Siempre
lo organizo todo para tener una experiencia morbosa más allá del
sexo. No vamos directamente a follar, aunque ya lo tenga hablado con
el chico y, bien en su casa o en algún hotel, podamos rematar.
De
hecho, lo
que más me excita –y a ella- es la interacción en público. Que
alguien pueda verla conmigo y después besándose con otro hombre, me
encanta. Si
además se meten mano, ya ni te cuento. ¡Me encanta la provocación!
Por ejemplo, en San Valentín estar los tres cenando en una mesa y
que la gente del restaurante piense “con quién de los dos está”,
me encanta. Ese juego morboso es lo que más me gusta.
P.-
Hay quien le llama la “emoción del cornudo”, ¿verdad?
R.-
Exacto. La emoción del cornudo es que los otros vean lo cornudo que
eres. El sexo en sí son cuatro paredes y tres personas… Que la
gente que tienes alrededor, que no tiene nada que ver, se de cuenta…
¡Y además provocarlo!
Recuerdo
una frase del Fary que decía: “De nada sirve acostarse con Ava
Gadner si nadie se entera”. Pues esto es lo mismo… Hay
un punto exhibicionista que da mucho morbo.
Aunque,
cuando lo organizas tú todo, sabes más o menos lo que va a pasar:
vas a presentar a tu mujer a un chico y se van a morrear, meter mano
o irse al lavabo a follar. Cuando lo organiza ella es completamente
distinto, porque ahí sí que vas vendido. ¡Eso sí que es realmente
emocionante! .
P.-
Además de provocar en público, ¿Qué otras cosas te excitan de ser
cornudo?
R.-
Cómo me mira mi pareja en el momento de llegar al orgasmo.
Me mira diciendo: “me está follando este y me lo estoy pasando de
puta madre, pero estoy contigo”. ¡Me vuelve loco!
P.-
Antes comentabas que los corneadores siempre te preguntan “por qué
quieres compartir a tu mujer”. Después de escuchar lo que has
dicho de la mirada no parece que sea tanto un “compartir”. ¿Tú
cómo lo ves?
R.-
No la comparto. A ver… sí y no. Para mí esto es un juego. Jamás
me permitiría buscarle un tío feo, ni un tío que no me gustase.
Siempre tengo que buscar lo más de lo más de lo más, y que yo los
considere más guapos, más potentes, mejores amantes que yo. Porque
es un desafío: “tú –que en teoría eres mejor que yo- te la
follas, pero se va a venir a casa conmigo luego. Por algo será”.
Es ese “por algo será”.
¿La
compartes? Sí, claro, y en los momentos más íntimos que se pueden
dar… Pero es siempre por el desafío de que volverá conmigo, a
pesar del polvo que acaba de echar.
P.-
Entonces, ¿podrías decir que este juego te aumenta la autoestima
sexual?
R.-
Ahora sí. Pero como en todo proceso no siempre ha sido así. En
los inicios, las primeras veces, me hundía. Claro,
llegaba un tío, guapo a rabiar, con un pollón que te cagas y, sin
conocer a B de nada ni tener la experiencia sexual que yo tengo con
ella, le hacía correrse mil veces o le descubría cosas que yo no
había conseguido que ella ni siquiera se plantease, y dices ¡joder!
Era
follar con alguien y yo intentar repetir todo lo que veía que le
había gustado. Y eso psicológicamente te hunde. A ella también.
Ella
decía: “yo quiero a mi marido de siempre. Esto son cosas
puntuales. Es como cuando te comes un pastel. No te lo comes todos
los días. Yo quiero al de diario”. Pero ahora ya no me comporto
así. Tardé tiempo en comprender que nuestra vida sexual de pareja
era increíblemente buena, y esto es solo la guinda.
A
B nunca le ha gustado conocer gente nueva, prefiere el “malote”
conocido que el bueno por conocer.… Ella
es de repetir. Y yo jamás lo he entendido, lo de repetir. Yo
prefiero muchas pollas, que sea muy zorra, que se la follen muchos.
Pero ella me decía: “quiero llegar a follar bien. Quiero
repetir”. Vale,
sí. Pero repetir quiere decir que haya más lazos, que haya una
amistad, un conocimiento, algo más… Y, en mi mente de cornudo, lo
confundía con que él podía estar enamorado de ella y ella de él;
cuando en realidad era compenetración… Cuanto más conoces a una
persona, más sencillo resulta todo, más te sueltas e infinitamente
mejor es el sexo.
Por
ejemplo, con J (un amante habitual de B con quien P tiene una
relación actual excelente) al principio, estaba convencido de que
había algo más… Bueno, quería creerlo… y esa continuidad, ese
conocernos mucho más de lo habitual, nos ha dado momentos
antológicos.
P.-
Entiendo entonces que el hecho de que tu mujer se “enamore” de
sus amantes no es un límite en vuestro caso. Parece incluso un
aliciente para ti. ¿Qué límites le ponéis a este juego? Si es que
tenéis alguno
R.- Me
gusta pensar que se enamora, porque supone un aliciente más en el
reto de que vuelva a casa conmigo, pero no es la realidad, solo en mi
mente. Ella no se lo permite. Tardamos
lo que tardamos en iniciarnos en esto porque ella es muy sesuda…
Como siempre, la mujer es la que piensa con la cabeza y el hombre con
la polla… El día que nos “desvirgaron”, ella ya tenía muy
claro la diferencia entre sexo y amor.
Por
supuesto, tiene sus favoritos -como yo los míos- con los que hay una
relación mucho mas allá del sexo, y eso, en más de una ocasión me
ha hecho confundir las cosas… Mi mente calenturienta va a su bola.
En
un primer momento teníamos el límite que siempre íbamos los tres.
Siempre. Primero le conocía yo, después quedábamos los tres y
luego, después de un par de citas, quedaba ella sola.
Más
adelante, en otras ocasiones, por logística o por el morbazo que
supone, fue ella la que quedó la primera. Yo hablé con el chico,
nos gustó desde el primer momento -incluso sin llegar a verle – y
decidí que fuese ella sola. Por jugar.
Pero yo
siempre necesito más. B y yo llevamos juntos toda la vida. Ella
nunca ha tenido la necesidad de ligar. Nunca ha salido a ligar. Y yo
me empeñé en que tenía que ligar, pero además en situaciones
normales. Con chicos que no son liberales. Hemos
salido unas cuantas veces… De esto que te vas a cenar, acabas en el
Luz de Gas, y… sí, se ha atrevido a ligar, a morrearse mientras yo
la observaba desde el otro lado de la pista… aunque luego nunca se
ha atrevido con el “ahí está mi marido. Nos vamos los tres”.
En
una ocasión, en un bar, no hacia más que mirarse con un chico, pero
ni él ni ella se atrevían a dar el paso porque estaba yo… Me
acerqué yo al chico y le dije: “mi amiga quiere conocerte, y por
lo que parece tú también a ella”. El chico se llevó un susto de
muerte… Hasta que le repetí lo de “mi amiga”. No pasaron del
morreo, magreo y calentón, mientras que yo me quedé con los amigos
del chico tomando una copa y explicándoles que éramos dos amigos
divorciados que, aunque follábamos de vez en cuando, no éramos
pareja. ¡Fue divertidísimo! Tenían como quince años menos y
estaban todos alucinados de que su colega se hubiera levantado a una
mujer como B… y conmigo delante.
Así
que, el año pasado, a raíz de un viaje de trabajo de B, le dije:
“sal y liga”. Lo hizo: ligó y folló, en más de una ocasión,
con un chico que no era del ambiente. Fue todo muy raro: la
distancia, el que yo no estuviera allí, que el chico no fuese
consciente de que éramos swingers…
La experiencia nos sirvió para decirnos que nunca más. Si no
podemos compartirlo todo, si los tres no somos conscientes de cuál
es el juego, no es divertido.
Respecto
al sexo, metidos en faena, no tenemos límites. Creo que hemos hecho
de todo… y no solo una vez… Bueno, ella es la que marca lo que le
apetece y lo que no… A mí cuantas más cosas y más límites se
salte, más me pone… B
tiene una máxima: “yo pruebo, pero de lo que no me gusta, no
repito”.
P.-
Y en todo este proceso, ¿no sientes celos en ningún momento?
R.-
Sí, muchos, y cuantos más, más excitante resulta. Yo
creo que el secreto de esto es el saber reconducir esos celos, darles
la vuelta y que te exciten.
En
un primer momento, cuando no conoces a los corneadores, los celos son
mayores, “coño, acaba de conocerle y ya está entregada por
completo”. Cuando ya has entablado una cierta relación con ellos,
los celos vienen por el “¿por qué quiere repetir con este?”, o
cuando la ves cómo se entrega a ellos, rompiendo algún tabú. “¿Qué
habrá visto en él para que ella consienta que le haga eso?”
No
son siempre el mismo tipo de celos, ni las sensaciones que provocan…
Eso sí, a mi en vez de en un nudo en el estomago, se me manifiestan
en forma de erecciones.
P.-
¿Qué relación tienes con los corneadores?
R.-
Bastante buena y me gusta fomentarla fuera de lo que es el
“mundillo”. Con los que mejor relación acabas teniendo ya no son
corneadores, son amigos con derecho a roce. Desde el inicio, solo
hemos rematado con gente que fuese afín a nosotros, con los que si
te encontrabas con ellos en un bar o por la calle, no se convirtiera
en un marrón, sino que te apeteciera hablar con ellos y no
tuviéramos problemas en presentárselos a los amigos de siempre.
De
todos hay dos que son especiales, J y T (otro corneador habitual de
B). No me canso nunca de quedar con ellos. Lo que más me gusta es la
complicidad que se crea… Es como si fueran los novios de mi mujer,
es más, ¡uno de ellos hasta le pidió salir! No quedamos solo para
follar, aunque casi siempre acaben en la cama.
P.-
He leído que al corneador se le considera un macho alfa superior que
tiene la capacidad de enamorar tanto a la mujer como a su cornudo.
¿Tú estás de acuerdo con eso?
R.-
Es que si no te enamoran, no tiene gracia.
P.-
O sea, tú te enamoras de los corneadores.
R.-
Eeehhh… No me enamoro. Me embelesan. Son los Adonis de mis
fantasías, esos chicos con los que he soñado que mi mujer iba a
tener sexo. Y, créeme, mis fantasías son muy estéticas, muy de
película de Hollywood… No siento ninguna atracción sexual por
ellos. En ese sentido me considero muy hetero. Pero son altos,
guapos, tienen cuerpazos, con conversaciones inteligentes y muy
interesantes. Más allá del sexo, hacen realidad tus sueños,
compartes mucha más intimidad que con cualquier otra persona… y
encima provocan que B y yo nos pasemos follando como locos todo el
día…
P.-
¿Crees que hay muchos cornudos y hot
wifes dentro
del armario?
R.- Todos
los tíos son cornudos.
¡Sí! Mira, todos los chicos con los que hemos mantenido una
relación más o menos larga han querido ver a B follando con otro y
ser ellos los que hacían de cornudos. ¡Todos! Pero es que además
cuando hemos hablado con alguna pareja, también. Es
decir,
yo
creo que todos los hombres –aunque nos cueste reconocerlo- tenemos
ese morbo que nuestra mujer sea nuestra actriz porno,
o
sea, que protagonice la peli que tenemos en la cabeza. Lo que pasa es
que la mayoría no se atreve ni a plantearlo.
P.-
¿Cuál es, según tu punto de vista, el mayor cliché que pesa sobre
tu manera de entender la sexualidad?
R.-
Que el cornudo es eyaculador precoz, que es impotente, en
definitiva, que
ellas son insaciables y que él es incapaz de satisfacer a su mujer.
Ese es el mayor cliché de
todos. Yo me lo he encontrado y me encanta destrozarles esa visión.
Pasa sobre todo con los amantes más jovencitos. Lo más mayores
suelen entender todo esto mejor.
P.-
¿Cuándo asumiste que te gustaba ser cornudo?
R.-
El día que empecé a soñar con ello. Fue una noche que mi mujer
tenía una cena de aniversario de un compañero. Como estaba enfermo
y medicado, no pude acompañarla. Conozco a todos sus compañeros y
mi mujer jamás me había dado motivos para sentirme celoso, pero se
hacía tarde y no llegaba. Me mandó un mensaje diciendo que se iban
a tomar una copa más. Las tres y no llegaba. Ningún mensaje… Las
cinco, las seis… Y todo esto en la cabeza, tac, tac, tac, tac…
¡Está con otro! Esa noche no dormí, por supuesto, y antes de que B
llegara a casa ya tenía escrita la historia. Y la historia era que
había conocido a un tío y se lo había cepillado. No pasó nada de
eso, pero es que dices: “¡Coño, me he matado a pajas toda la
noche!” Era como cuando tenía 15 años, que te corrías y al
segundo estabas empalmado de nuevo y… otra vez; te corrías y…
otra vez.
Habíamos
pasado muchas épocas de nuestra vida separados, y nunca había
tenido celos de ella. No sé si fue la medicación o el cambio de
vida radical que hice después, pero me dije: “A mí me gustaría
disfrutar de mi relación con mi mujer así”, y fue lo que generó
todo.
P.-
¿Le ves fecha de caducidad a esta manera de enfocar vuestra
sexualidad?
R.-
Ella dice que a los 50. Yo espero que no. B
dice que todo esto lo hacemos para reírnos cuando estemos en el
asilo; para tener cosas interesantes que contarnos.
Selección
del artículo aparecido en la página “Hablemos de Poliamor y otras
formas de no monogamia”
Selección
realizada por “Cosas de los cornudos”