ORÍGENES CORNUDOS
Este artículo es un testimonio más, de un hombre que de niño o adolescente vio a su madre follar con otros hombres. ¿Eso influyó en su actual condición de cornudo? Yo creo que sí, aunque no haya sido totalmente determinante.
Mis padres se separaron cuando yo era un niño (10 años), mi madre y yo nos mudamos a un apartamento para comenzar nuestra nueva vida. Estoy empezando a entender lo que esto significa para mi comportamiento sumiso y mi deseo de un matrimonio liderado por mujeres. Mi madre era una mujer inteligente, exitosa y atractiva que mandaba e imponía respeto. Estábamos dedicados el uno al otro, estábamos juntos constantemente, tanto en casa como afuera.
Después de dos o tres años empecé a tener los deseos sexuales propios de un adolescente; ver a mi madre en ropa interior o cambiarse, sin que ella se diese cuenta, y captar atisbos de su desnudez se convirtió para mí en una obsesión y en un excelente alimento para mis sesiones de masturbación.
Por esas fechas mi madre comenzó a salir, esporádicamente al principio, luego más constantemente, hasta que comenzó a traer a sus novios a casa por la noche. Recuerdo la primera vez: cuando oí que se abría la puerta y salí corriendo a saludar a mi madre, vestido solo con mis calzoncillos de algodón me sorprendí al verla a ella y a su cita. Me sentí como el niñito que era y en lugar del cálido abrazo que solía darme, me dio un beso en la mejilla y me dijo que volviera a la cama. Molesto pero obediente, volví a mi habitación, pero mis oídos estaban en alerta máxima mientras me esforzaba por escuchar sus palabras y risitas.
Finalmente hubo silencio y, suponiendo que el acompañante se había ido, salí de mi habitación. Estaba oscuro, y mientras daba un paso hacia su habitación, oí los primeros sonidos apagados de mi madre. Me atrajeron esos sonidos, sonidos de anhelo, sonidos de placer. Fue entonces cuando entendí que estaba escuchando a mi madre teniendo relaciones sexuales. Estaba afuera de su puerta escuchando y mi polla estaba dura como una roca. Me congelé, escuchando sus gemidos, estaba desgarrado, sintiéndome como algo traicionado pero excitado. Esa noche me masturbé. Fue la primera de innumerables veces que haría esto. La mujer que yo quería estaba detrás de esa puerta follando con otro hombre. En los días sucesivos comprobé que ella me seguía queriendo.
Este comportamiento persiste hoy, ahora es mi esposa, pero mi cerebro grita lo mismo: las mujeres que amo necesitan hombres para satisfacerlas. Soy su compañero, nos amamos, tenemos hijos en común, pero con otros hombres obtiene placer y yo también. Tengo placer y tengo dolor. Igual que lo tenía con mi madre cuando era un jovencito.
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